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Santiago Agrelo, arzobispo de Tánger, con miembros de la Delegación de Migraciones |
Publicado el 18.10.2013
La Delegación de Migraciones de Tánger presta acogida
integral a cientos de subsaharianos
El mar no es una fosa común [extracto]
MIGUEL ÁNGEL MALAVIA. Fotos: DIÓCESIS DE TÁNGER | El caminar
de la Iglesia en Tánger está marcado por el hondo abrazo hacia quienes viven en
su seno, pero también hacia los que vienen de paso, pues Marruecos se encuadra
en un complejo contexto de frontera. En lo espiritual, el contraste se da entre
el norte de África de mayoría islámico y la tradicionalmente católica España,
icono de cómo la práctica religiosa decae progresivamente en la sociedad
europea. Y, en lo económico, es nexo de unión entre un continente marcado por
la pobreza material y otro al que llaman Primer Mundo, pero al que, en la
práctica, la crisis ha desnudado en muchas de sus carencias, empezando por las
éticas.
Con todos estos componentes, el 12 de junio de 2011, la
Diócesis de Tánger constituyó su Delegación de Migraciones. Desde el primer
momento, el objetivo fue tratar de aunar todas las acciones eclesiales que ya
se venían desarrollando en la región para atender a las muchas personas que,
desde todos los rincones del Continente Negro, pasaban por Tánger con el
objetivo de cruzar la frontera con Europa y tratar de encauzar allí la
oportunidad para una vida mejor.
Y es que, en esta porción de la Iglesia, pastoreada por el
español Santiago Agrelo, son conscientes de que urge una solución eficaz para
las entre 10.000 y 20.000 personas que, llegadas desde el Subsahara, permanecen
atrapadas en Marruecos, sin poder pasar “al otro lado”. Y, encima, en una
situación de irregularidad, perseguidas por mafias y acosadas por las fuerzas
policiales marroquíes y, ya en Ceuta y Melilla, españolas.
Como explica Inma Gala, religiosa vedruna y responsable de
la Delegación, la acogida a los migrantes ha buscado ser integral, apoyando la
labor del conjunto de carismas dedicados ya a ello (como Cáritas,
congregaciones religiosas o numerosas ONGs de inspiración cristiana) y, a nivel
interno, coordinando toda acción diocesana, desde las áreas de Pastoral,
Sensibilización y Acción Social.
Desde esta última área, el trabajo se ha concretado en tres
principales centros de atención a migrantes: uno en el propio Tánger, ubicado
en catedral; otro en la iglesia de Nador, tierra cercana a Melilla, en una zona
boscosa donde se asientan quienes buscan cruzar la valla; y, el último, en la
región de Benyounes (aunque atendido desde Castillejos), otra zona de bosque
vecina a Ceuta y que acaba de abrir sus puertas esta semana.
En todos ellos, la
acción es similar: cuentan con espacios para la acogida y la escucha de los
migrantes, programas de mediación sanitaria y social, ayudas para emergencias
(como ropa, alimentos o pago del alquiler), escolarización de menores o
servicios de asesoría jurídica.
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Inmigrantes beneficiarios del trabajo de la Delegación de
Migraciones de Tánger
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Solo en 2012, llegaron hasta sus centros 564 migrantes (121
mujeres y 443 hombres), acompañados de 44 niños de hasta cinco años. A todos se
les hace un seguimiento individual, tratando de dilucidar la mejor asistencia
para cada caso. Igualmente, se les pone en contacto con entidades locales y
privadas que también les puedan ayudar, como ACNUR u hospitales de la zona.
Aunque, desde la delegación, también convierten en una de
sus señas de identidad la apuesta por la propia formación, tanto para los
atendidos como para sus mismos agentes de pastoral (hasta 11 trabajadores y 27
voluntarios dan vida cada día a este proyecto). Una compleja labor para la
cual, como recalca Inma, necesitan “una formación continua”.
Así, impulsan “la preparación de todos los miembros de los
equipos en temáticas específicas, como la resolución de conflictos, modos de
seguimiento de casos o lo relativo a cuestiones de salud”. Para los acogidos,
“los talleres van desde clases prácticas para tratar joyas o hacer monederos y
ceniceros, hasta charlas, cine-fórums o charlas personales para concienciarles
sobre los riesgos de la inmigración clandestina y las dificultades en Europa
para legalizar su situación”.
En esta labor de concienciación emplean a fondo los medios
de comunicación. Así, han puesto en marcha la gacetilla Al-Hijra, donde se
denuncian abusos por parte de las mafias y las autoridades policiales, se
recoge información útil para la vida diaria de los migrantes o se ofrecen
testimonios de otras personas en su misma situación y que, en la mayoría de los
casos, entendieron que lo mejor era volver a sus países de origen y tratar de
labrarse una oportunidad desde allí; se ofrece periódicamente en papel y se
sube a la web de la delegación.
Otra iniciativa especial ha sido la publicación del disco
Gotas en el mar, en el que se aúna el mismo espíritu que en Al-Hijra: denuncia
del racismo, reivindicación de la dignidad humana e historias de esperanza.
Como muestra orgullosa Inma, “el trabajo es fruto de una donación de canciones
de diferentes autores, que han modificado partes de su música y letra para
adaptarlas al objetivo de sensibilizar en valores humanos”.
Cuando esto no es suficiente, recurren a la acción directa.
Aunque no siempre sea fácil. Así, este 6 de octubre, numerosas asociaciones
locales habían organizado la anual caravana a la valla de Ceuta que, con el
lema Alto al racismo, buscaba recordar a los 14 inmigrantes que fueron asesinados
en 2005 en sus vallas fronterizas y en las de Melilla. Además de con un
comunicado –en el que se denuncia, entre cosas, que “la política europea de
cierre de fronteras convierte el Mediterráneo en una fosa común”, la delegación
había anunciado que se sumaba a la marcha. Sin embargo, el Gobierno marroquí
acabó prohibiéndola.
Otro aspecto reconocible en esta labor de la Iglesia en
Tánger es su vivencia del ecumenismo y el diálogo interreligioso, pues muchos
de los atendidos son musulmanes y otros son cristianos de diferentes credos.
Aunque Inma aclara que “no contabilizamos la religión de las personas, sino que
las atendemos independientemente de su credo, asistimos a muchas celebraciones
de la Iglesia evangélica. Y, en alguna ocasión, acompañamos en sus cementerios
entierros de musulmanes”. Respecto a los católicos, “se les involucra en las
diferentes parroquias a nivel pastoral”.
Pero este proyecto no habría sido posible sin el empeño
personal del arzobispo Agrelo. Así, el franciscano gallego no duda a la hora de
ofrecer un testimonio profético, preñado de valentía: “En el Estrecho mueren
hombres, mujeres y niños sin que nadie lo lamente y sin que a nadie se le
exijan responsabilidades. Todos sabemos, sin embargo, que esos hombres, mujeres
y niños no han sido víctimas de un virus, ni de un accidente, ni de una
fatalidad; lo son de leyes inicuas que someten a los pobres a una violencia tan
atroz que los lleva a aceptar la muerte misma como un mal para ellos menor que
la pobreza. Los pobres no se suicidan; a los pobres se les lleva a la muerte”.
Una claridad que se resume en el grito que, el pasado 3 de
octubre, salió de la boca del papa Francisco tras conocer que cientos de
personas habían muerto al naufragar en Lampedusa: “¡Es una vergüenza!”. Lo es.
El bucólico Mediterráneo que canta Serrat no puede seguir siendo una fosa común
en la que mueren sueños y en la que, simple y llanamente, caen quienes solo
buscan una oportunidad.
Espejos ante los que mirarse
Una de las claves más esperanzadoras de Al-Hijra, la
gacetilla de la Delegación de Migraciones de Tánger, es el apartado dedicado a
los testimonios de algunos de los atendidos, siempre con la vista en quienes
pueden estar en su misma situación.
Entre las muchas historias, la de este joven es una de
ellas: “Soy Gamy, un hombre guineano, viudo y con dos hijos pequeños. Desde que
llegué a Tánger, me he encontrado con muchas dificultades. La primera, la
muerte de mi mujer y los problemas para mantener a mis hijos sin una madre. He
encontrado mucho racismo y mucha dificultad para encontrar una casa y un
trabajo. Yo estoy enfermo y lo he pasado muy mal. Pero he encontrado personas y
grupos que me han ayudado: ARMID, Cáritas y la Delegación de Migraciones. Me
han ayudado con el alquiler, con medicamentos y con la escuela de mis hijos. He
visto que en Marruecos tengo muchas dificultades para continuar viviendo aquí.
Y he decidido regresar con mis hijos a mi país, Guinea. Doy gracias a Dios por
la ayuda que me ha prestado el equipo de la Delegación de Migraciones para
conseguirlo”.
En el nº 2.867 de Vida Nueva
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